viernes, 2 de mayo de 2008

Nadie está más o menos loco que nadie

No creo que conocerme pueda hacer enloquecer a nadie. Más bien, lo contrario.

Como ya os comenté soy muy prudente a la hora de acercarme a la persona en cuestión. Normalmente cuando enloquece una persona es porque no escucha, porque se encierra en ella misma, porque deja de creer en sus propios recursos, y ni siquiera es capaz de captar mi aliento. La pérdida de la razón suele ser sinónimo de un cúmulo de circunstancias, de una enfermedad, o de un gran palo de la vida. No obstante, pienso que la locura es algo innato en el ser humano, ya que el mundo es un caos absoluto. El hombre trata de ordenar su mundo, de buscar explicaciones para no ahogarse en su propio vaso.

Suelo aparecer en momentos límites, en situaciones críticas, sobre todo, cuando la persona piensa en mí de manera obsesiva. No quiero que confundáis mi presencia, con intermitentes momentos de soledad, que siempre se suelen tener. Ni tampoco soy la conciencia de nadie, ya que cada uno tiene la suya. La conciencia de cada cuál se mezcla con su forma de pensar, para de esa manera llegar a la toma de decisiones, a la acción. Y la incoherencia entre los pensamientos y las acciones es lo que lleva a la persona a no tener tranquila la conciencia, siempre y cuando se tenga sentimiento de culpa. Si no se tiene, mal asunto, algo no funciona bien en ese ser humano, por lo que éste será una auténtica bomba de relojería viviente, ya que alguien que no distingue el bien del mal es un peligro constante para todos, y sobre todo para él mismo.

Nadie es más especial que nadie, en realidad a todos os puede ocurrir de todo. Tú eres él, él es ella, nosotros somos vosotros, vosotros soís ellos, y ellos son nosotros. Para comprender esto que os cuento sólo haría falta cambiaros unos nombres por otros, cambiarse de sexo o variar las circunstancias de vuestra existencia, y seguro que entenderíais más rápido y la empatía sería algo más frecuente.

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